Perspectiva: Estos hábitos del corazón descongelan el amor

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Por Ricardo J. Márquez, Ph.D.

Al inicio de una relación amorosa hay como un “big bang” de emociones y sentimientos, se siente como un fuego interior, una pasión que llama y atrae, se ven colores, se oyen campanas imaginarias, es cuando uno dice que está enamorado.

De este primer momento surge el deseo en una pareja de estar juntos, de preservar esa experiencia y continuarla en el tiempo. Es cuando la pareja se plantea el matrimonio. En la tradición de nuestra comunidad católica se invita a los enamorados a darse un tiempo de preparación, para conocerse más a sí mismos y tomar conciencia de lo que cada quien espera y quiere de esa relación, un tiempo para profundizar en los valores de la fe que animan la construcción de un amor duradero.

Cada uno se va preparando para decir: “sí, te acepto”, sí quiero ser tu compañero de vida, así como eres, con toda tu historia, tus sueños y esperanzas, con tus temores, miedos, luces y sombras…así como eres. Cada uno reconoce en el otro la “imagen de Dios”, la belleza de su creación. Su amor ya no es sólo su amor, su amor es también “señal”, “signo”, “sacramento” que refleja y hace presente en la comunidad lo que el Dios en el que creemos nos manifestó a través de Jesús: “Ámense unos a otros; como yo los he amado, el amor mutuo entre ustedes será el distintivo por el que todo el mundo los reconocerá como discípulos míos”. (Jn 13: 34-35).

Los que vivimos la experiencia del matrimonio sabemos que las necesidades y exigencias cotidianas de vivienda, alimentación, diversión y educación generan una carga de estrés que afecta las relaciones, porque hay diversidad de ritmos, distintos estilos y formas de enfrentar los problemas y buscar soluciones. Los esposos llegan cansados del trabajo, las esposas se sienten sobrecargadas por el cuidado de los hijos, los hijos sienten que no se les dedica el tiempo que requieren…las cosas se han complicado, el hogar ha perdido su calor, se escuchan más los gritos y reclamos que las palabras de afecto y aprecio, el amor se enfrió, se congeló.

Estos momentos no llegan por casualidad, se presentan cuando se dejaron de cultivar los “hábitos del corazón”, esas costumbres y rutinas cotidianas que sanan y nutren la relación de pareja y de la familia en la cotidianidad. Y ¿cuáles son esos “hábitos del corazón?»

Un “hábito” es algo que se aprende, se repite y se hace costumbre. Después de adquirido se hace necesario para ofrecer confianza y seguridad. Piensen en el hábito de tomar café en la mañana o hacer ejercicio. Hay personas que pasan mal el día si no lo hacen.

Hay algunos hábitos del corazón que se podrían desarrollar para descongelar el amor en la pareja y la familia: tener al menos una comida juntos al día, poder compartir cómo ha estado el día y cómo se sienten; dar gracias por la salud, las oportunidades de trabajo y escuela; reservar algunas horas de la semana para pasear en el parque, jugar y bailar; rezar al acostarse, contar historias de la familia; tener reuniones familiares para “restaurar” los afectos y sanar las heridas; asistir a la celebración de la misa en la parroquia para nutrir la fe y celebrar en comunidad; asistir a retiros familiares; tomar cursos diversos para enriquecerse como personas y madurar la fe.

Es en estos momentos donde se siente una auténtica emoción del alma, esas que producen un gozo profundo, no como lo ofrecen las distracciones del “mundo”, sino como lo ofrece la gracia de una experiencia de contacto íntimo con la pareja y la familia que hace el amor de Dios presente y vivo.

Ricardo J. Márquez, PhD, es director asociado de la Oficina de Vida Familiar y Espiritualidad y frecuente invitado en el programa de radio diocesano «Vive Feliz». Escucho todos los programas a través de vivefelizsd.org. Se puede contactar en rmarquez@sdcatholi.org.

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