SAN DIEGO — Una de las frases más hermosas del Nican Mopohua es la voz firme de Nuestra Señora de Guadalupe mientras guía a Juan Diego a través de su miedo:
“¿No estoy yo aquí, que soy tu madre? ¿No estás bajo mi sombra y protección?”
Es difícil encontrar un ejemplo más conmovedor de lo mejor del ser humano que María. Ya sea caminando por las colinas de Palestina o en Tepeyac siglos después, María encarna lo que significa amar con valentía y ternura como una madre, y cómo canalizar el poder de la empatía verdadera para el bien de todos. En este mes en que honramos a María y a todas las madres, ¿cómo aprendemos a hacer lo mismo?
Tiempos de caos
Abre los ojos, y antes de haber tomado café ya te ha alcanzado la noticia de la última crisis, otra lamentable orden ejecutiva o calumnias contra un nuevo grupo de personas. Lejos de recibir el día con gratitud y con deseos de servir a un mundo necesitado, hoy la mayoría de nosotros nos sentimos aturdidos y desmoralizados. La reacción normal ante el caos es la desorientación seguida por la parálisis—y esto no es un accidente; el propósito de desatar el caos es impedirnos responder.
En los evangelios, encontramos a la joven María en medio de la brutal ocupación romana que destruía a su pueblo, y siglos más tarde en México, viene a rescatar a los pueblos indígenas conquistados y amenazados con el exterminio. Y así vemos un hilo hasta nuestro presente.
El caos ha sido siempre la herramienta de los poderes opresores para destrozar a una sociedad: despedir a miles de trabajadores sin motivo, ahogar a las organizaciones que brindan ayuda en medio de hambrunas, guerras, enfermedades y desastres ecológicos hasta que cierren sus puertas; violar las leyes internacionales sobre refugiados y solicitantes de asilo; cortar fondos para la investigación científica que cura y alimenta; eliminar programas que tratan de remediar las injusticias históricas; perseguir a los inmigrantes deshumanizándolos. Son tantas estas acciones, y tan extremas estos días que hay casi 200 demandas legales intentando detenerlas.
Este diluvio tiene una meta: la destrucción de nuestra capacidad para la empatía, porque la empatía construye comunidad, y las comunidades se nutren y ayudan con generosidad y valentía. En Galilea y en Tepeyac, María nos enseña un amor radical.
Imitando a María
La empatía es la práctica de cultivar nuestra capacidad de sentir con el otro, y a través de esa experiencia, quedar transformados. En el Evangelio de Lucas, nuestra primera imagen de María es la de una joven asustada, que sin embargo supera su miedo, dice sí a Dios y encuentra una nueva voz. Al identificarse con los humildes y los desposeídos, María comparte su sufrimiento, y un espíritu de valentía profética la invade. Lejos de ser sumisa, proclama que Dios “hizo proezas con su brazo, dispersó a los soberbios de corazón, derribó del trono a los poderosos y enalteció a los humildes” (Lc 1, 51-52). María de Nazaret nos comunica un Dios que, como madre que cuida de sus crías, las libera y alimenta.
En México, la identificación de la Virgen con los pueblos indígenas es tan profunda que se aparece como una de ellos hablando en su lengua. Su empatía es lo que la llama a entrar en la historia. Después de escuchar el clamor del pueblo, la Virgen interviene y Juan Diego representa a todos los pueblos desplazados y conquistados de todos los tiempos. Ella toma su causa, enfrenta a los poderosos, levanta las voces de los pequeños, y promete estar siempre presente para “escuchar su llanto, su tristeza, para curar, limpiar y sanar todas sus penas, miserias y dolores”.
La valentía del amor
María nos invita hoy a todos a ser madres. A amar profundamente y extender cuidado y protección a todo el que nos necesite. Cuando pensemos en cómo honrarla y a todas las madres este mayo, que sea siguiendo su ejemplo de empatía.
Acobijados por su velo resplandeciente de estrellas, tengamos el valor de actuar siempre para el bien, aun cuando es un riesgo.
Cecilia González-Andrieu es profesora de teología en Loyola Marymount University y madre de Elise y Andrés.