SAN DIEGO – Imagina dos árboles. Uno es verde y frondoso, y ofrece su sombra. El otro es un tronco calcinado, lo que queda de un árbol después de un incendio forestal. ¿Cuál de estos es bello? ¿Cómo sabes cuál es bello? ¿Por qué importa?
Si eres como la mayoría de las personas, elegiste el árbol verde y vivo. Y supiste que era bello por la manera que te hizo sentir. El árbol verde te llenó de alegría y te invitó a sentarte bajo su sombra, pero los restos del árbol quemado te llenaron de tristeza y te hicieron consciente de tu relación con el resto de la creación.
Nuestra capacidad innata de responder a la belleza, o a su ausencia desgarradora, es una de las cualidades más fundamentales que compartimos como humanidad. El árbol vivo revela la bondad de la creación y la verdad de nuestra hermandad. Y de manera igualmente significativa, el árbol muerto revela que algo está muy mal, y que seríamos falsos si no nos duele su muerte.
Hace milenios, pensadores antiguos propusieron que la belleza servía a los seres humanos al apuntar hacia lo bueno y lo verdadero, lo que llamaban las categorías universales. Claramente, la mayoría de los pueblos del mundo están de acuerdo: han creado templos, música, poesía, rituales hermosos.
Para los cristianos, reconocer a Dios como fuente de toda belleza se volvió motivo para encender velas, crear espacios sagrados, vitrales, vestimentas elaboradas, campanas y colores que marcan nuestro año litúrgico. La belleza nos eleva hacia lo divino, ayudándonos a sentirnos en compañía de los ángeles. Como demuestra lo mucho que amamos a nuestras costumbres religiosas, la belleza como señal de la verdad y la bondad nos ha servido bien durante miles de años.
Pero ¿qué pasa cuando la idea de lo bello se usa para ocultar la injusticia? Hoy estamos presenciando una peligrosa separación entre la belleza, la verdad y el bien. La actual administración en Washington se refiere a su “gran y bello proyecto de presupuesto” y los medios repiten la frase. Esta forma de nombrar busca apelar a nuestro sentido humano de que lo bello es también bueno y verdadero, pero su objetivo explícito es impedirnos ver que, entre otras cosas, el presupuesto eliminaría la asistencia alimentaria suplementaria para personas mayores y familias con hijos pequeños, a menos que cumplan con requisitos de trabajo. También eliminaría la cobertura médica de millones de personas necesitadas, mientras una de sus provisiones más costosas dedicaría decenas de miles de millones de dólares a completar el “gran y bello muro fronterizo” y llevar a cabo una agenda de deportaciones masivas.
Aunque el plan otorga miles de millones en recortes de impuestos a los más ricos, también cobraría varios miles de dólares a las familias solicitantes de asilo solo para poder aplicar. Al mismo tiempo que elimina el apoyo a los pobres, los enfermos, los ancianos, los niños, la ciencia, la educación y la mitigación del cambio climático, este presupuesto aumentaría en 150 mil millones de dólares el gasto en armas de guerra.
El uso de lo “bello” para describir cosas que en realidad traerán sufrimiento busca manipular nuestros sentidos e impedirnos discernir lo bueno y lo verdadero. Más importante aún, busca alejarnos de la belleza que es sentir la mirada de Dios sobre nuestro mundo herido. El versículo más corto de toda la Escritura es “Jesús lloró” (Jn 11,35). Esa capacidad de llorar es lo que nos une entre nosotros, con Dios y con lo que es justo y verdadero. Ver el mundo tal como está y llorar por su sufrimiento es reconocer cuán lejos estamos de la belleza… y desear corregir esa injusticia.
Así que déjame animarte a ser alguien que rescata la belleza y el superpoder que ella nos da: el de elegir actuar con justicia. Pon atención, y cada vez que escuches que se usa la palabra “bella” en vano, pregúntate: ¿esto es verdaderamente hermoso, o es todo lo contrario? ¿Hacia dónde me señala la Belleza de Dios, para que yo pueda ser portador de verdad y de bondad para el mundo?