Perspectiva: La Cuaresma es tiempo para transformar el corazón

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Por Ricardo Márquez

SAN DIEGO — El que tenga oídos que escuche, y al escuchar que no se endurezca el corazón, que se transforme.

Ante la indignación, el terror y la tristeza que nos producen las imágenes de una guerra absurda, guiada por motivaciones de poder imperial, el tiempo de “Cuaresma” -los 40 días de preparación para adentrarse nuevamente en el misterio de la muerte y resurrección de Jesús- tiene una carga y significado especial. 

No estamos viviendo un tiempo “normal”, aunque decidamos quitarnos los cubrebocas y queramos creer que todo ya pasó; aunque cambiemos las estadísticas o se silencien las noticias. No hay peor ciego que el que no quiere ver. En países numerosos, donde la mayoría de la población vive en condiciones de escasez y pobreza, la enfermedad y las muertes continúan. Pareciera que nuestra humanidad tiene que experimentar los límites de su autodestrucción para despertar.

Las lecturas que nos presentan las celebraciones litúrgicas durante este tiempo, me han movilizado internamente más que en otras ocasiones. Me ayuda el pensar que la lectura del día tiene un mensaje para mí, para la comunidad reunida, para la Iglesia y el mundo en el aquí y ahora.

“Todavía es tiempo, vuélvanse a mí de todo corazón…” (Jl 2:12)

“Vuélvanse al Señor Dios nuestro, porque es compasivo y misericordioso…” (Jl 2:13)

“Hoy pongo delante de ti la vida y el bien, o la muerte y el mal” (Dt 30:15)

Nunca es tarde para cambiar, hoy siempre puede ser el día nuevo para comenzar; para despertar del sueño de las pantallas que nos adormecen, para liberarnos de nuestras adicciones, de los noticieros que nos envenenan desde la mañana (Facundo Cabral). 

Este tiempo es una invitación para mirar hacia adentro, para reorientar nuestros deseos e intenciones, para buscar el tesoro escondido del “reino”. La esperanza está en recordar que no importa dónde estemos, ni las decisiones erradas que hayamos tomado, nuestro Creador es compasivo y misericordioso.

Los ritos y las celebraciones litúrgicas de este tiempo de Cuaresma se pueden quedar en lo externo, en la tradición y el cumplimiento, o pueden ser la ocasión para dejarnos afectar por lo que apuntan, la transformación del corazón, de los sentimientos y conductas. 

Una religiosidad que se quede sólo en la formalidad de los ritos aniquila el espíritu que la mueve. El objetivo de las religiones, y de la Católica en particular, es crear las condiciones o mediaciones para el encuentro personal y único con el misterio impronunciable que llamamos “Dios”, que según la fe que nos trasmitieron los apóstoles se hizo “carne” en Jesús y vive en el Espíritu en cada uno de nosotros. 

Ese es el misterio de la fe que profesamos, estamos invitados a vivir ese misterio en nuestras vidas. Contemplarlo y penetrar en él es lo que nos transforma. 

El camino, la verdad y la vida está en el mensaje de Jesús. Por eso, leerlo, meditarlo y sentirlo nos produce “éxtasis”, nos saca de nuestras casillas cotidianas, nos lleva a tomar riesgos de amor y servicio, nos transforma la mirada para ver a Dios en todo, en la naturaleza, el cielo y las personas; en lo grande y lo pequeño, en el enfermo y encarcelado, en el despreciado y marginado. 

Esta es la gran paradoja de nuestra fe, un sentenciado a muerte por las autoridades de su tiempo, nos reveló la inmensidad de un misterio de amor. Desde entonces la inmensidad de su esencia, que es el amor, se nos revela en lo que la humanidad con sus criterios considera despreciable. Pablo lo expresó desde sus entrañas, unos piden pruebas, otros sabiduría, pero yo les hablo de Cristo  crucificado, que es piedra de tropiezo y necedad para muchos (1 Cor. 1:23).

El dejarse empapar, contemplar y afectar por este misterio es a lo que este tiempo de pasión y resurrección nos invita. Nos sumergimos en ellos para experimentar la transformación del corazón…y de su abundancia surgirán las acciones que sanan y aman.

 

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