Descubrimos el tesoro escondido en la oscuridad

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Foto ilustración por Cherry Laithang, por Unsplash.com.

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Por Ricardo Márquez

SAN DIEGO— Cuando las cosas no salen como nos las imaginábamos; cuando se nos muere un ser querido inesperadamente; cuando nos quedamos sin trabajo; cuando la infidelidad destruye nuestro matrimonio; cuando una guerra amenaza nuestras fronteras; cuando un desastre natural nos arrebata el hogar o cuando una hambruna nos hace emigrar…entramos en los territorios emocionales de la rabia, la ansiedad y la depresión. Hay como un eclipse total emocional y espiritual, ausencia de luz que produce miedo. Son los tiempos que los místicos llaman “la noche oscura del alma”, la que Jesús experimentó en la cruz cuando gritó: “Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado”. El silencio y la ausencia de Dios.
No es casualidad que el número de personas con cuadros de ansiedad y depresión haya aumentado en los últimos años, a partir de la pandemia. El tema de la salud mental de nuestra población ya no se puede ocultar, es un tema que nos afecta a todos de una manera u otra. Los sentimos en nuestras familias, en nuestras parroquias y consultorios, dentro de nosotros mismos.
No es fácil acompañar a las personas que cada vez más se acercan a buscar ayuda psicológica y espiritual, sobre todo cuando uno mismo forma parte de esta sociedad tóxica y herida. Somos parte de ese inmenso grupo de curadores heridos.
He aprendido, y sigo aprendiendo, que en los momentos de oscuridad existencial, oscuridad del alma, ocurre un fenómeno de desilusión total, todo se desmorona, desaparece el horizonte y la motivación; la noche se hace interminable, nuestro cuerpo se paraliza, se encoje y se retrae en la cueva oscura. Lo que nos sostenía ya no nos sostiene, lo que creíamos importante ya no lo es; todo resulta una gran desilusión.
Este es el momento cumbre de “la noche oscura”. Desde ese caos vacío, paradójicamente queda al desnudo el anhelo profundo de buscar lo que es esencial, lo que en realidad importa y nos mueve en esta vida, lo que no nos decepciona ni perece. Desde este hueco oscuro surge la máxima atracción del amor absoluto, regresamos al lugar de dónde nunca debimos de haber salido. Descubrimos el tesoro escondido en la oscuridad, descubrimos al Dios que nos reveló Jesús, el Dios que es Amor incondicional en el que somos y existimos.
Tenemos un tesoro en nuestras celebraciones litúrgicas, en las reuniones donde la comunidad se junta para hacer memoria de los recuerdos y experiencias de quienes fueron discípulos de Jesús: “…lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado y han palpado nuestras manos, eso es lo que les anunciamos…para que compartan nuestra vida, como nosotros la compartimos con el Padre y con su hijo Jesucristo” (1 Jn. 1: 1-4).
No son teorías, son experiencias concretas y palpables que quedaron grabadas en la memoria racional y emocional de sus discípulos. Por eso recuerdan en los momentos de duda y confusión las palabras que Jesús les dijo y hoy nos las regalan: “No teman”; “Mi paz les dejo, mi paz les doy”; “Ámense como yo los he amado”; “Sean uno como yo y el Padre somos uno”; “Allí donde yo voy también irán ustedes” …Estas son pistas de fe que guían nuestras vidas durante las noches oscuras del alma hasta llegar a dar gracias por esa oscuridad que nos llevó a una unión más íntima, enamorada y libre con la Luz eterna de nuestro Dios.

Puede contactar a Ricardo Márquez al correo electrónico marquez_muskus@yahoo.com.

 

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