SAN DIEGO — Más de 50 parroquias y movimientos de toda la Diócesis participaron en la tradicional Procesión y Misa Guadalupana.
Familias, danzantes, músicos y vehículos adornados caminaron juntos en honor a Nuestra Señora de Guadalupe, Patrona de las Américas, transformando las calles del vecindario North park en un testimonio vivo de fe y devoción.
La procesión el 7 de diciembre culminó en la Preparatoria San Agustín, donde el obispo auxiliar Felipe Pulido celebró la Misa, acompañado por el obispo Michael Pham y el obispo auxiliar Ramón Bejarano, reuniendo a más de 2 mil fieles.
La jornada concluyó con un alegre kermes, fortaleciendo los lazos de comunidad en una tradición diocesana que se ha celebrado por más de 50 años.
He aquí la homilía del obispo Pulido:
Hoy celebramos con inmensa alegría a Nuestra Señora de Guadalupe, la Madre que vino al Tepeyac para reunir a un pueblo dividido y que hoy continúa reuniendo a nuestras familias, nuestras comunidades y a toda la Iglesia.
El profeta Isaías nos presenta un mundo reconciliado: lobos y corderos juntos, la pantera y el cabrito, el novillo y el león, caminado juntos, y niños jugando en lugares peligrosos, corazones antes enfrentados viviendo en paz.
Y luego dice, “No harán daño ni estrago por todo mi monte santo”.
Pero Isaías está hablando de algo más profundo: del deseo de Dios de sanar nuestras relaciones, de unir a quienes están separados, de reunir a su pueblo como una sola familia en ese monte.
Y eso es exactamente lo que la Virgen de Guadalupe hizo y sigue haciendo, en el cerro, en otro monte llamado Tepeyac.
En el Tepeyac, María se apareció en un momento de profunda división entre españoles e indígenas. En ese tiempo había guerras, pestes, enfermedades, Y, sin embargo, no vino a tomar partido; vino a unir.
Su rostro mestizo, su ternura de Madre, su mensaje de consuelo reconstruyeron puentes que parecían imposibles. Ella habló en el idioma del corazón del pueblo y reveló a Jesucristo como el Dios que camina con los pobres, con los heridos, con los olvidados.
Muchos Papas han visitado a “la Morenita”.
San Juan Pablo II, un enamorado de la Morenita, llamó a la Virgen de Guadalupe “Madre de todos los pueblos del continente”, convencido de que ella tiene la misión de unir culturas, generaciones y naciones.
El Papa Benedicto XVI recordó que María inspira una sociedad “donde nadie se sienta excluido”. Y el Papa Francisco, frente a la tilma, dijo que la Virgen “lleva en su corazón los pueblos de nuestras tierras”.
Ella no divide; ella abraza.
Ella no señala; ella consuela.
Ella no discrimina; ella une.
Y hoy también, nuestro Papa León XIV, es sus primeras palabras al presentarse como Pedro en el Vaticano dijo, “La paz esté con ustedes”. Tenemos un papá que aboga por la paz y la unidad entre pueblos y naciones.
Y aquí en San Diego tenemos un Obispo que tiene como lema “Unidos en Cristo”, que también busca la unidad de la diócesis y de nuestras comunidades.
Hermanos y hermanas, en esta fiesta no podemos olvidar a nuestros hermanos migrantes que viven con miedo e incertidumbre aquí en Estados Unidos. Muchos no saben qué pasará con sus trabajos, con sus familias, con su futuro.
Ante esta realidad, los obispos de Estados Unidos han repetido un mensaje firme:
“El migrante no es un problema; es un hermano, una hermana, un rostro de Cristo.”
Han defendido la unidad de las familias y la dignidad de cada persona humana.
Y es precisamente aquí donde la Virgen de Guadalupe se hace cercana:
Ella no pregunta tu país, tu raza, tu color de piel ni tu estatus migratorio.
Ella abraza a todos sus hijos: mexicanos, centroamericanos, sudamericanos, filipinos, asiáticos, afroamericanos, africanos, europeos anglos, indígenas… todos.
Bajo su manto caben todos, porque para ella no somos extranjeros: somos familia.


































