Por el Padre Bernardo Lara
SAN DIEGO — Hay una frase popular que dice: “El agradecimiento es la memoria del corazón”.
Es una frase hermosa que sugiere que la gratitud es una forma de recordar profundamente, no con la mente, sino con el alma y los sentimientos. A diferencia de la memoria racional —que puede olvidar detalles, nombres o fechas—, el corazón retiene aquello que ha sido significativo emocionalmente, especialmente los gestos de amor, bondad y generosidad.
Practicar el agradecimiento fortalece nuestras relaciones, no solo entre personas, sino también con Dios. En cada Misa lo escuchamos en labios del sacerdote: “En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación darte gracias, siempre y en todo lugar”.
Pero he notado que, como sociedad, estamos perdiendo la práctica de agradecer. Y lo que más me preocupa es que, al hacerlo, no solo nos alejamos de los demás… también nos alejamos de Dios. Y, poco a poco, nos deshumanizamos.
Estamos alimentando la mentira del “yo soy suficiente”. Estamos promoviendo un estilo de vida basado en la autosuficiencia: “Lo que tengo es mío porque lo trabajé. El que no trabaja, que no reciba nada”.
Y esto es peligroso. Porque cuando dejamos de reconocer el aporte y el valor del otro, empezamos a menospreciar al prójimo… y eventualmente, a Dios.
Ya estamos viendo las señales. Nos incomoda que las personas pobres accedan a atención médica, a ayuda alimentaria, o a que sus hijos puedan estudiar en la universidad.
Si seguimos así, el siguiente pensamiento que surge es: “Lo que tengo es porque YO me lo gané. Porque YO trabajé duro”. Y Dios desaparece de la ecuación.
Por eso el agradecimiento es tan importante. Porque es un acto de humildad. Nos recuerda que todo lo que somos y tenemos es un don, no un mérito propio.
Dios nos bendice, y esas bendiciones están hechas para ser compartidas. Cuando rezamos, muchas veces olvidamos al pobre, al enfermo, al migrante… Olvidamos también al doctor y la enfermera que nos cuidan, al campesino que cultiva los alimentos que compramos, al maestro, al repartidor, al servidor público.
Vivimos en un mundo marcado por la queja, la comparación y el egoísmo. En medio de eso, la gratitud es un antídoto. Es una forma de humildad que nos recuerda que no somos todopoderosos. Y cuando reconocemos eso, nace la solidaridad.
El que agradece deja de ser egoísta. Reconoce la dignidad y los dones de los demás. Y cuando hacemos eso, Dios sonríe.
Se acerca el Día de Acción de Gracias. Pidamos al Señor un corazón que recuerde. Un corazón agradecido, con Él y con el prójimo. Para que, cuando llegue el momento, Él también nos recuerde en su Reino.
El padre Bernardo Lara es pastor de la Comunidad Católica de Brawley y Westmorland.




